Pues seguimos con un poco más de mitología, justo donde lo dejamos hace un par de semanas. Izanagi lamentó la muerte de su esposa Izanami y decidió emprender un viaje al Yomi, “la oscura tierra de los muertos”. Izanagi encontró poca diferencia entre Yomi y el mundo terrenal, a excepción de la oscuridad eterna. Sin embargo, esta sofocante tiniebla era suficiente para que añorara la luz y la vida que había en su mundo. Buscó rápido a Izanami y consiguió encontrarla al poco tiempo. Al principio, Izanagi no conseguía verla bien dado que las sombras cubrían su apariencia, pero aun así, le pidió que volviera con él. Izanami le escupió, informándole de que ya era demasiado tarde. Había probado la comida del inframundo y ahora era una con la tierra de los muertos, ya no podía volver a la superficie con los vivos.
Su marido quedó conmocionado por la noticia, pero se negó a rendirse a pesar de los deseos de ella por quedarse entre el oscuro abrazo de Yomi. Izanami aceptó entonces volver al mundo superior, pero primero le pidió descansar un poco y le pidió a Izanago que no entrara en su habitación. Tras una larga espera, Izanami no salía de su dormitorio y el marido empezaba a preocuparse. Mientras Izanami dormía, cogió la peineta que recogía su largo pelo y lo encendió para que le hiciera de antorcha. Bajo la luz del improvisado fuego vio la horrenda forma que tenía ahora la que una vez fue la bella y grácil Izanami. Ahora no era más que una masa pútrida de carne con bichos y gusanos recorriendo su maltrecho cuerpo.
Izanagi, sin poder controlar su miedo, gritó y salió corriendo, en un intento de volver con los vivos y abandonar a su esposa putrefacta. Izanami se despertó por el grito y corrió tras él indignada. En la persecución se unieron las shikome, féminas de forma monstruosa a las que Izanami ordenó que capturaran a su esposo. Éste pensó rápido y arrojó al suelo su tocado, que se transformó en un racimo de uvas negras. Las shikome tropezaron con la fruta pero siguieron la persecución. Izanagi lanzó entonces su peineta, que se convirtió en un grupo de cañas de bambú. Las criaturas del Yomi empezaron a perseguirlo también, pero Izanagi orinó al lado de un árbol y creó un gran río que incrementó su ventaja. Por desgracia, esto no demoró mucho su avance, y el pobre amante se vio forzado a lanzares melocotones para detenerlos. Sabía que esto no los retrasaría en demasía, pero ya casi era libre, pues veía cerca la frontera del Yomi.
Izanagi salió raudo y colocó una gran roca en la boca de la caverna que servía de entrada al inframundo. Izanami gritó detrás de esta impenetrable barricada y le dijo a su marido que si la dejaba allí acabaría con la vida de mil personas cada día. Él, furioso, respondió que entonces daría vida a otras mil quinientas. Así es como empezó la existencia de la muerte, causada por las manos de la orgullosa Izanami, la esposa abandonada de Izanagi. Nótense las diversas similitudes que tiene esta historia con el mito griego de Orfeo, a pesar de la distancia y el tiempo que separa ambas culturas.
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