Los namahage forman parte, en realidad, de una tradición típica de la península de Oga, en la prefectura de Akita, al norte de Honshū. Tienen forma de demonios feroces, a los que les gusta secuestrar y comerse a los niños que se portan mal. Se dice que la leyenda se originó como ritual para limpiar las almas de las personas y para bendecir el año nuevo. El día de Nochevieja, un grupo de hombres jóvenes vestidos como demonios visitan todas las casas del pueblo al grito de “¿Hay algún niño malo en esta casa?”. Entonces, asustan a los niños diciéndoles que no sean perezosos ni lloren, a pesar de que muchos terminan llorando a moco tendido por el miedo. Los padres salen para asegurarles a los namahage que en casa no hay ningún niño que se porte mal y les ofrecen comida o algún tipo de bebida.
El propósito de esta tradición, como resulta evidente, es animar a los niños para que obedezcan a sus padres y que se hagan más responsables para poder enfrentarse a la dura sociedad japonesa. Algunos estudiosos sugieren que está vinculada a la creencia de que los espíritus y deidades que vienen de fuera se llevan las desgracias y traen cosas buenas para el año que llega, mientras que otros piensan que se trata de una costumbre agrícola en que los dioses de las montañas vienen a visitar a los campesinos.
Existe una antigua leyenda que podría explicar el origen de estos peculiares seres. Resulta que el emperador Wu de China llegó a Japón con cinco ogros, que organizaron sus bases en dos de las zonas más altas de la región, Honzan y Shinzan. Estos ogros robaban las cosechas y secuestraban a las jóvenes de los pueblos de Oga. Los campesinos de la comarca, desesperados, desafiaron a los demonios diciéndoles que si eran capaces de construir una escalera de piedra de mil peldaños desde la aldea hasta el tempo de la colina en una sola noche, les ofrecerían una chica al año; pero si fallaban, deberían marcharse para siempre. Justo cuando los ogros estaban a punto de completar su trabajo dentro del tiempo previsto, uno de los vecinos imitó el canto de un gallo y los demonios se marcharon engañados, pensando que no habían logrado superar el reto.
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