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Posts Tagged ‘Mitología’

Los zashiki-warashi son unos seres cuyo mito proviene de la prefectura de Iwate, aunque más tarde se extendería a todo el archipiélago japonés. Su nombre se compone de las palabras “zashiki”, una sala con suelo de tatami, y “warashi”, un antiguo término regional para referirse a los infantes. La apariencia de estos espíritus es de niños de unos cinco o seis años, con pelo abombado y cara sonrojada. Supuestamente, se pueden encontrar en casas bien cuidadas y sobre todo en las más viejas y grandes. Se dice que una vez habita en la casa un zashiki-warashi, trae felicidad y fortuna a sus habitantes, pero que si la abandona el lugar cae pronto en la desgracia.

Para atraer y mantener al zashiki-warashi en casa, se dice que hay que darse cuenta de su presencia, quererlo y cuidar de él de forma apropiada, tal y como haría uno con su propio hijo, aunque prestarle demasiada atención puede terminar molestándolo. Puesto que el zashiki-warashi es un niño, es propenso a gastar bromas y a realizar alguna que otra travesura. Por ejemplo, suelen sentarse en el futón de un invitado mientras duerme, girar las almohadas o hacer sonidos desde habitaciones que nadie usa. A veces dejan algunas huellas con ceniza. Hay diferentes versiones sobre quién puede ver a estos espíritus. Normalmente se limita a los habitantes de la casa, y otras veces sólo a los niños.

Así mismo, parece ser que existen varios tipos de zashiki-warashi, algunos más agradables que otros. La variedad chopirako, la más extendida y representada a la hora de hablar de estos seres, tiene un aspecto más normal, pues cuenta con una piel muy pálida y viste un kimono de patrón llamativo. Por otro lado, los notabariko (también conocidos como “usu-tsuki-warashi”) aparecen arrastrándose por debajo de la suciedad y asustan a quienes viven en la casa, haciendo ruidos extraños y perturbadores. Por lo visto, su origen reside en antiguas historias de infanticidio y aborto, siendo pues los espíritus de estos niños no deseados que vuelven para vengarse de aquellos que residen en la vivienda bajo la que están enterrados.

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El nurarihyon es un yōkai originario de la prefectura de Wakayama. Se dice que toma la forma de un hombre anciano con un cráneo grande y alargado. Tiene la costumbre de entrar en las casas de la gente a media tarde, mientras todos están atareados, y se acomoda en el salón mientras bebe algo de té. Su principal cualidad es su naturaleza escurridiza, que le ayuda no sólo a pasar desapercibido entre los habitantes de las casas, sino también a escapar fácilmente de aquellos que le descubren y que intentan echarlo de su hogar.

Debido a su apariencia humana y a que llega montado en un palanquín, todos los que lo ven entrar lo toman por el propietario de la casa y nunca sospechan nada, pero a pesar de su pobre aspecto y su comportamiento oportunista, se dice que es nada menos que el comandante supremo de los yōkai. Esta poderosa identidad se ve reforzada por la obra de varios autores del siglo XX, que han aumentado la percepción de este curioso personaje y también las historias que se cuentan sobre él. En estas últimas representaciones, se indica que aparece sobre todo en Año Nuevo, cuando las familias están más atareadas y hay menos posibilidades de que perciban su presencia.

Existe otra criatura con el mismo nombre que poco o nada tiene que ver con el poderoso líder de los espectros. Avistado en la costa de la prefectura de Okayama, parece que se trata de un monstruo marino que flota por el mar mientras se deja llevar por el oleaje. Su forma abultada y con forma de cráneo llama la atención de los botes que pasan por la zona, que intrigados intentan subirlo a la embarcación para estudiarlo más detenidamente. Sin embargo, en cuanto presiente que alguien va a cogerlo, se hunde hasta lo más hondo del mar para volver a la superficie un rato más tarde. Al final todos desisten ante la imposibilidad de atraparlo, y se van molestos por el tiempo perdido. Se ha especulado con la posibilidad de que se trate de un animal real, posiblemente algún tipo de medusa.

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Los siente dioses de la suerte son un colectivo de deidades muy presente en el folclore japonés y un motivo recurrente en los grabados de piedra. Sus nombres son:

  1. Hotei: Dios de la abundancia y la buena salud. Es un hombre calvo y orondo con una túnica que lleva un rosario. En ocasiones lleva un pequeño saco donde están sus pocas pertenencias, representando que es feliz incluso en la pobreza.
  2. Jurōjin: Dios de la longevidad. Su aspecto es el de un anciano con una larga barba blanca y un cayado. A menudo le acompañan animales como ciervos, grullas y tortugas, ya que todos representan una larga vida.
  3. Fukurokuju: Dios de la felicidad. Tiene un bigote muy largo y una frente prominente. El libro sagrado que lleva tiene registrados los años que vivirá una persona. También es el único capaz de revivir a los muertos.
  4. Bishamonten: Dios de los guerreros. Lleva una lanza en una mano y una pequeña pagoda en la otra. Además de ser un formidable luchador, actúa como guardián de lugares importantes.
  5. Benzaiten: Diosa del conocimiento, el arte y la belleza. Suele aparecer con un torii y por ello su imagen está en muchos de los templos de Japón, en especial aquellos cerca del mar. A veces toma la forma de una serpiente blanca, así que muchos japoneses creen que soñar con una es señal de buena suerte.
  6. Daikokuten: Dios de la riqueza y el comercio. Se le puede reconocer por su cara regordeta y sonriente y por el gorro que lleva en la cabeza. También se le representa con un mazo mágico o con sacos de arroz y mijo.
  7. Ebisu: Dios de los pescadores y los mercaderes. Conocido al principio como Hiruko, lleva un sombrero alto y una caña con una gran carpa o un pargo rojo. Muchos restaurantes de pescado muestran su efigie por los valores que representa.

Como muchos de los mitos de la época, estas figuras fueron importadas de las tradiciones chinas, excepto Ebisu, que es una creación japonesa. Existe otro dios, Kichijōten, diosa de la felicidad, que se suele representar junto a las siete deidades o incluso tomando el lugar de Jurōjin (parece que éste y Fukuroku eran la manifestación de la misma deidad taoísta). Sin embargo, como suele pasar, los dioses japoneses representan cosas distintas según el lugar, así que no hay que tomarse muy a pecho la función que tienen.

Los siete dioses suelen venir acompañados de su barco, el Takarabune. Se dice que llegan en Año Nuevo y les dan regalos a la gente que se lo merece. El otoshidama que reciben los niños al empezar el año suelen incluir un sello con el Takarabune, simbolizando así la buena suerte y que los dioses les traen el aguinaldo.

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Los ushi-oni, o gyūki, son unas criaturas con cabeza de toro y ocho patas, asociadas comúnmente con las de las arañas, que viven cerca de las costas y atacan a las personas que se acercan a sus guaridas. También pueden transformarse en humanos para engañar a la gente y llevarlos a lugares apartados donde comérselos. Aquellos que han sobrevivido para advertir de sus poderes cuentan que al descubrirse, su apariencia es incluso más espantosa que su reputación.

Una de las historias más famosas sobre un ushi-oni tiene lugar en Takamatsu, en la prefectura de Kagawa. Se cuenta que uno de estos monstruos aterrorizó la zona hace cuatrocientos años, pero que un arquero muy hábil llamado Yamada Kurando Takakiyo consiguió acabar con él. Tras su victoria, le arrancó los cuernos y los donó al templo como ofrenda, donde aún se pueden ver hoy en día. Otro ushi-oni muy conocido es un enorme monstruo marino que vive en la costa de la prefectura de Shimane y que suele atacar a los pescadores. Se le representa con cuerpo de araña o de cangrejo, y parece que tiene cierta relación con otro monstruo llamado nure-onna, que engaña a sus víctimas haciéndose pasar por mujer y pidiéndoles que sujeten un momento a su bebé, que entonces se queda pegado a las manos del pobre inocente y empieza a crecer para evitar que huya con su peso.

A pesar de ser conocida como una criatura violenta y despiadada que ataca a los pescadores, el ushi-oni es motivo de una celebración que tiene lugar en julio en la ciudad de Uwajima, en la prefectura de Ehime. Un grupo de personas se disfraza como el monstruo, usando espada en la cola que supuestamente espanta a los malos espíritus.

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Los namahage forman parte, en realidad, de una tradición típica de la península de Oga, en la prefectura de Akita, al norte de Honshū. Tienen forma de demonios feroces, a los que les gusta secuestrar y comerse a los niños que se portan mal. Se dice que la leyenda se originó como ritual para limpiar las almas de las personas y para bendecir el año nuevo. El día de Nochevieja, un grupo de hombres jóvenes vestidos como demonios visitan todas las casas del pueblo al grito de “¿Hay algún niño malo en esta casa?”. Entonces, asustan a los niños diciéndoles que no sean perezosos ni lloren, a pesar de que muchos terminan llorando a moco tendido por el miedo. Los padres salen para asegurarles a los namahage que en casa no hay ningún niño que se porte mal y les ofrecen comida o algún tipo de bebida.

El propósito de esta tradición, como resulta evidente, es animar a los niños para que obedezcan a sus padres y que se hagan más responsables para poder enfrentarse a la dura sociedad japonesa. Algunos estudiosos sugieren que está vinculada a la creencia de que los espíritus y deidades que vienen de fuera se llevan las desgracias y traen cosas buenas para el año que llega, mientras que otros piensan que se trata de una costumbre agrícola en que los dioses de las montañas vienen a visitar a los campesinos.

Existe una antigua leyenda que podría explicar el origen de estos peculiares seres. Resulta que el emperador Wu de China llegó a Japón con cinco ogros, que organizaron sus bases en dos de las zonas más altas de la región, Honzan y Shinzan. Estos ogros robaban las cosechas y secuestraban a las jóvenes de los pueblos de Oga. Los campesinos de la comarca, desesperados, desafiaron a los demonios diciéndoles que si eran capaces de construir una escalera de piedra de mil peldaños desde la aldea hasta el tempo de la colina en una sola noche, les ofrecerían una chica al año; pero si fallaban, deberían marcharse para siempre. Justo cuando los ogros estaban a punto de completar su trabajo dentro del tiempo previsto, uno de los vecinos imitó el canto de un gallo y los demonios se marcharon engañados, pensando que no habían logrado superar el reto.

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Aunque es una figura clave en los inicios de la historia de Japón, el personaje de hoy sigue siendo objeto de estudio en cuanto a si fue real o no. Kamuyamato Iwarebiko no Mikoto, más conocido con el título de emperador Jinmu, fue el primer emperador del país, nacido en el año 711 antes de Cristo. La casa imperial de Japón defiende su posición alegando que son descendientes de este mítico personaje, aunque los historiadores no han encontrado pruebas fehacientes de que existiera un antepasado real hasta la llegada de Kimmei (509-571 d.C.), 29º emperador.

Los dioses Hoori y Otohime tuvieron un hijo, Ugaya, que se casó con su tía y tuvo cinco hijos. Tiempo después, la familia decidió marcharse al este, ya que no pensaban que su actual hogar fuera adecuado para gobernar el país. El hermano mayor, Itsuse no Mikoto, fue quien lideró el viaje, y llevó al clan hasta el Mar Interior de Seto con la ayuda de un cabecilla local llamado Sao Netsuhiko. Sin embargo, al llegar a Naniwa (la actual Osaka), se encontraron con Nagasunehiko, otro cabecilla que se negó a dejarles pasar y que inició una lucha con ellos. Itsuse murió en el combate y el grupo se tuvo que retirar. Kamuyamato se dio cuenta que su derrota fue provocada por la posición del sol, que les daba de cara porque iban hacia el este. Así pues, el más pequeño de los hermanos decidió dar un rodeo hasta la península de Kii y desde allí ir hacia el oeste. Al llegar al pueblo de Kumano, el Yatagarasu, un cuervo de tres patas símbolo de la diosa Amaterasu, se ofreció a guiarles y así prosiguieron su periplo hasta Yamato.

Una vez allí, lucharon de nuevo contra Nagasunehiko y vencieron. Uno de los seguidores del cabecilla, Nigihayahi no Mikoto, salió a su paso al enterarse de la derrota de su maestro, pero al conocer al joven líder reconoció su valía y la autenticidad de su linaje divino. Así pues, Kamuyamato se asentó en la ciudad y accedió al trono de Japón, convirtiéndose en el primer emperador de Japón. Según las leyendas, murió a los 126 años, y fue entonces cuando recibió el nombre de Jinmu. Como decimos, su existencia lleva en entredicho desde hace mucho tiempo, pero eso no ha impedido que su nombre sea motivo de orgullo nacional. Hasta el siglo XIX, el gobierno japonés celebraba el Día del Emperador Jinmu el primer día del año, una festividad que fue derivando hasta convertirse en el actual Día de la Fundación.

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Siguiendo con nuestro afán por descubrir los numerosos monstruos y espectros de la mitología japonesa, hoy presentamos a cinco espectros que moran en la noche:

Ao-bozu

Se dice que en la época en la que el trigo aún no está maduro el monje azul aparece desde los campos y se lleva a los niños que va encontrando para comérselos. El artista Sekien Toriyama dibujó a este extraño monstruo como un ser desproporcionado y con un solo ojo, una apariencia que puede estar inspirada en otros demonios cíclopes, bastante abundantes en la mitología japonesa.

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Hoy damos un gran salto en el tiempo para conocer a una de las figuras más importantes del folclore histórico japonés. El príncipe Yamato Takeru, nacido con el nombre de Ōusu, fue un legendario príncipe japonés del clan Yamato, así como un respetado monarca que tradicionalmente se considera como el duodécimo Tennō o emperador de Japón. Su historia se narra en las crónicas del Kojiki y el Nihon Shoki. Uno de sus hijos se convirtió más tarde en el emperador Chūai, el supuesto 14º emperador del país. Al igual que con Jimmu, su existencia histórica es incierta, pero los libros anteriormente citados fechan su vida alrededor del siglo cuarto antes de Cristo. Existen diferentes detalles entre los dos libros, pero se asume que la versión del Kojiki es la más fiel de la leyenda.

El príncipe Ōusu mató a su hermano mayor y su padre, el emperador Keikō, tuvo miedo de su brutal temperamento, por lo que trazó un plan para que muriera en batalla y lo envió a la provincia de Izumo. Sin embargo, el príncipe logró derrotar a sus enemigos, siendo una anécdota notable el hecho de que se disfrazara como sirvienta en una fiesta para infiltrarse y acabar con varios de ellos. Uno de los enemigos derrotados lo elogió y le dio el título de Yamato Takeru, que significa “el valiente de Yamato”, pero la decisión del emperador Keikō no cambió. Keikō envió a Yamato Takeru a las tierras de zona oriental, cuyo pueblo había desobedecido a la corte imperial. Allí el joven conoció a su tía, la princesa Yamato, que era la más alta sacerdotisa de Amaterasu en la provincia de Ise.

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Como comentamos en una entrada anterior, el dios Ninigi se casó con la princesa Konohana Sakuya y juntos tuvieron tres hijos, de nombres Hoderi, Hosuseri y Hoori. Hoderi vivió como pescador en alta mar, mientras que su hermano Hoori prefirió marcharse a las montañas para vivir de la caza. Un día Hoori le propuso a su hermano cambiar sus trabajos por un día. Hoori intentó pescar, pero no consiguió ningún pez, y lo que era peor: había perdido la caña que su hermano le había prestado. Hoderi acusó a su hermano de ser un inútil y no aceptó sus disculpas.

Mientras Hoori estaba sentado en la playa pensando perplejo en la situación, su amigo Shiotsuchi le dijo que se embarcara en un navío llamado Manashikatsuma y fuera hacia donde iba la corriente. Siguiendo su consejo, Hoori llegó a la casa de Watatsumi (o Ryuujin, como también le llaman). Allí conoció a Otohime (también conocida como Toyotama), la hija de Watatsumi, y se casó con ella. Después de tres años de feliz matrimonio, recordó la historia con su hermano y la caña de pescar y le contó a Watatsumi su problema.

El suegro encontró pronto la caña en la garganta de un besugo gigante y se la entregó a Hoori. Watatsumi le dio también dos esferas mágicas: Shiomitsutama, que podía causar una inundación, y Shiohirutama, que podía causar una bajada de la marea para que él y su esposa pudieran volver a tierra firme. Cuando Toyotama dio a luz a su hijo, le pidió a Hoori que no asistiera al parto. Sin embargo, lleno de curiosidad, su marido echó un vistazo y la vio transformarse en un dragón marino en el momento en que nacía su hijo Ugaya.

Consciente de que su marido había visto su verdadera forma, Otohime desapareció en el mar y no volvió jamás, no sin antes confiarle a su hermana Tamayori el cuidado de ambos, esposo e hijo. Ugaya se casó con su tía Tamayori y tuvieron cinco hijos, de entre los que destaca Kamuyamato-Iwarebiko, más tarde conocido como Jimmu, el primer emperador de Japón. Hoori volvió a tierra firme y gobernó la zona de Takachiho, actual provincia de Hyuga.

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Los inugami son un tipo de shikigami, espíritus sirvientes con forma de perro que llevan venganza o actúan como guardianes en beneficio de su amo. Los inugami son extremadamente poderosos y capaces de existir de manera independiente, así como de volverse en contra de su amo o incluso de poseer a humanos. Como en muchas culturas, en Japón el perro se considera un animal amigable que protege a su amo de las amenazas externas, aunque algunos pueblos como los ainu los ven como bestias peligrosas.

Se dice que para crear a uno de estos espíritus hay que enterrar a un perro hasta el cuello y colocar comida delante de él, la distancia justa para que no pueda alcanzarla. Después de unos días sufriendo la hambruna, se le corta la cabeza. Cuando el perro muere se convierte en un inugami y la comida cercana se convierte en una ofrenda para aplacar su hambre, aceptando así obediencia hacia su amo. Otra historia explica que una anciana quiso vengarse de una persona: enterró a su perro hasta el cuello y le dijo “Haz mi voluntad y te adoraré como un dios”. Entonces le cortó la cabeza y liberó su espíritu de inugami. El espectro cumplió sus órdenes, pero en consecuencia atormentó a la anciana el resto de su vida.

El cuerpo original del inugami se queda en su sitio cuando éste sigue los deseos de su dueño. El cuerpo enterrado va pudriéndose poco a poco, y si el inugami vuelve a por él y ya no es habitable, puede tomar el cuerpo de su amo, haciéndolo entonces más poderoso aún. Se dice que verse poseído por uno de estos espíritus cura las enfermedades, incluso las más peligrosas; sin embargo, la persona poseída se comporta a veces como un perro.

Representación de Sekien Toriyama

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