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Posts Tagged ‘Nihon Shoki’

La historia de Tarō Urashima se lleva contando desde hace mucho tiempo en Japón, al menos desde el siglo octavo. Libros tan antiguos como el Nihon Shoki, el poemario Man’yōshu y la colección Tango no Kuni Fudoki ya hacen mención del personaje, aunque con el nombre de Urashimako. La transformación de Urashimako a Urashima Tarō refleja el cambio en las costumbres de los nombres japoneses: el sufijo –ko se usaba tanto para niños como para niñas, pero en la época medieval empezó a designar exclusivamente a las segundas. Así pues, se decidió cambiar el nombre a Tarō para evitar confusiones.

Cuenta la historia que un día, un pescador llamado Tarō Urashima paseaba por la playa cuando vio a un grupo de niños torturando a una pequeña tortuga. Tarō les reprendió y devolvió al agua al agradecido reptil, que se fue nadando enseguida. Al día siguiente, una tortuga gigante se acercó a él y le dijo que la tortuguita a la que había salvado era la hija del emperador del mar, quien quería darle las gracias en persona. La tortuga llevó a Tarō al fondo marino hasta el Palacio del Dios Dragón, donde se encontró con el imponente emperador y con su hija Otohime. Se quedó allí durante varios días, celebrando una fiesta como jamás había visto, pero pronto quiso volver a casa para cuidar de su anciana madre, así que pidió permiso para regresar a tierra firme.

La princesa lamentó oír que se marchaba, pero le deseó buena suerte en la vida y le dio una caja misteriosa que le protegería de todo mal, aunque no debía abrirla. Tarō cogió la caja, se montó en la tortuga y volvió a la playa. Cuando llegó, todo había cambiado: su casa no estaba, su madre había desaparecido y la gente que encontraba le era totalmente desconocida. No era de extrañar, en realidad habían pasado 300 años desde su partida al fondo del mar. Triste por este descubrimiento, abrió la caja que la princesa le había dado y de ella salió una nube de humo blanco. De pronto, Tarō envejeció tomando el aspecto de un anciano de barba canosa. En la caja estaba el tiempo que no había pasado para él.

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Hoy damos un gran salto en el tiempo para conocer a una de las figuras más importantes del folclore histórico japonés. El príncipe Yamato Takeru, nacido con el nombre de Ōusu, fue un legendario príncipe japonés del clan Yamato, así como un respetado monarca que tradicionalmente se considera como el duodécimo Tennō o emperador de Japón. Su historia se narra en las crónicas del Kojiki y el Nihon Shoki. Uno de sus hijos se convirtió más tarde en el emperador Chūai, el supuesto 14º emperador del país. Al igual que con Jimmu, su existencia histórica es incierta, pero los libros anteriormente citados fechan su vida alrededor del siglo cuarto antes de Cristo. Existen diferentes detalles entre los dos libros, pero se asume que la versión del Kojiki es la más fiel de la leyenda.

El príncipe Ōusu mató a su hermano mayor y su padre, el emperador Keikō, tuvo miedo de su brutal temperamento, por lo que trazó un plan para que muriera en batalla y lo envió a la provincia de Izumo. Sin embargo, el príncipe logró derrotar a sus enemigos, siendo una anécdota notable el hecho de que se disfrazara como sirvienta en una fiesta para infiltrarse y acabar con varios de ellos. Uno de los enemigos derrotados lo elogió y le dio el título de Yamato Takeru, que significa “el valiente de Yamato”, pero la decisión del emperador Keikō no cambió. Keikō envió a Yamato Takeru a las tierras de zona oriental, cuyo pueblo había desobedecido a la corte imperial. Allí el joven conoció a su tía, la princesa Yamato, que era la más alta sacerdotisa de Amaterasu en la provincia de Ise.

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Como comentamos en una entrada anterior, el dios Ninigi se casó con la princesa Konohana Sakuya y juntos tuvieron tres hijos, de nombres Hoderi, Hosuseri y Hoori. Hoderi vivió como pescador en alta mar, mientras que su hermano Hoori prefirió marcharse a las montañas para vivir de la caza. Un día Hoori le propuso a su hermano cambiar sus trabajos por un día. Hoori intentó pescar, pero no consiguió ningún pez, y lo que era peor: había perdido la caña que su hermano le había prestado. Hoderi acusó a su hermano de ser un inútil y no aceptó sus disculpas.

Mientras Hoori estaba sentado en la playa pensando perplejo en la situación, su amigo Shiotsuchi le dijo que se embarcara en un navío llamado Manashikatsuma y fuera hacia donde iba la corriente. Siguiendo su consejo, Hoori llegó a la casa de Watatsumi (o Ryuujin, como también le llaman). Allí conoció a Otohime (también conocida como Toyotama), la hija de Watatsumi, y se casó con ella. Después de tres años de feliz matrimonio, recordó la historia con su hermano y la caña de pescar y le contó a Watatsumi su problema.

El suegro encontró pronto la caña en la garganta de un besugo gigante y se la entregó a Hoori. Watatsumi le dio también dos esferas mágicas: Shiomitsutama, que podía causar una inundación, y Shiohirutama, que podía causar una bajada de la marea para que él y su esposa pudieran volver a tierra firme. Cuando Toyotama dio a luz a su hijo, le pidió a Hoori que no asistiera al parto. Sin embargo, lleno de curiosidad, su marido echó un vistazo y la vio transformarse en un dragón marino en el momento en que nacía su hijo Ugaya.

Consciente de que su marido había visto su verdadera forma, Otohime desapareció en el mar y no volvió jamás, no sin antes confiarle a su hermana Tamayori el cuidado de ambos, esposo e hijo. Ugaya se casó con su tía Tamayori y tuvieron cinco hijos, de entre los que destaca Kamuyamato-Iwarebiko, más tarde conocido como Jimmu, el primer emperador de Japón. Hoori volvió a tierra firme y gobernó la zona de Takachiho, actual provincia de Hyuga.

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Mucho tiempo después de la aventura de Ōkuninushi, Amaterasu le pidió a su nieto Hikono-no-Ninigi que gobernara el mundo terrenal y le otorgó los tres tesoros sagrados que poseía: el collar de magatama (Yasakani-no-Magatama), el espejo de bronce (Yata-no-Kagami) y la espada que le entregó su hermano (Ama-no-Murakumo-no-Tsurugi). Los dos primeros tesoros se usaron para sacar a la diosa de su encierro en la caverna de Amano-Iwato, mientras que la espada fue encontrada por Susanoo en el cuerpo del dragón Orochi tras su combate con éste. Los tres objetos son ahora el tesoro imperial de Japón, guardado por la familia imperial hasta nuestros días. Por su importante valor, se ha ocultado siempre su ubicación exacta, pero es de conocimiento público que la espada se halla en el templo Atsuta de Nagoya, que el magatama está en el palacio imperial de Tokio y que el espejo se encuentra en el santuario de Ise, en la prefectura de Mie.

Acompañado por su hermana Uzume, Ninigi bajó a la Tierra para cumplir con su misión, y llegó al lugar donde ocho caminos se extienden hacia cada uno de los puntos cardinales. Mientras dudaban sobre la senda a elegir, apareció el temible guardián que protege el puente celestial. Ninigi se asustó mucho al verle, al contrario que Uzume, quien se mostró impasible. Sorprendido por la indiferencia de ésta, el guardián decidió ayudarles indicándoles el destino de los caminos. El joven dios quedó muy agradecido por su auxilio y le ofreció la mano de su hermana, que aceptó de buen grado.

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El príncipe Ōkuninushi era uno de los hijos de Susanoo, y está considerado como el dios de la agricultura, los negocios y la medicina. Tanto él como sus otros ochenta hermanos deseaban la mano de la princesa Yakami de Inaba. Mientras viajaban desde Izumo a Inaba para cortejarla, los hermanos se encontraron a una liebre despellejada tirada en la playa. Viendo al pobre animal, le dijeron que se bañara en el agua del mar y que se secara al viento de una montaña bien alta. La liebre creyó sus palabras y sufrió una terrible agonía. Ōkuninushi, que iba un poco más atrasado, la vio retorciéndose y le aconsejó que se diera un baño en agua fresca y se secara con polvo de enea, lo cual lo curó de inmediato. Sanado su cuerpo, la liebre reveló que era un dios y como muestra de gratitud le informó de que sería él quien prevalecería sobre sus rivales.

Las pruebas que pasó Ōkuninushi fueron muchas y estuvo a punto de morir dos veces a manos de sus celosos hermanos, pero en ambas ocasiones fue salvado por su madre, Kushinada. Perseguido por sus enemigos, se aventuró hasta el inframundo en donde se encontró con Susanoo y su hija, la princesa Suseri. Ante la aparición de éste, el dios decidió imponerle varias pruebas para comprobar su valía, como hacerle dormir en una habitación llena de serpientes o en otra llena de ciempiés y avispas. En otra ocasión, Susanoo disparó una flecha en un enorme prado y le ordenó que la buscara. Ōkuninushi consiguió encontrarla después de mucho buscar, pero en ese momento su padre prendió fuego al campo. Un ratón le enseñó un agujero donde esconderse, y así logró superar también esta prueba. Viendo que podía con todos sus retos, el astuto Susanoo aprobó su destreza y lo declaró vencedor sobre sus hermanos.

Sin embargo, Ōkuninushi se había enamorado de Suseri, quien le había ayudado a sobrevivir algunas veces, y ambos decidieron huir en secreto por la noche. Después de atar los cabellos de Susanoo a las vigas del palacio, cogió su arco y su koto y se marchó con su amada. Tan mala suerte tuvo que el instrumento rozó un árbol y lo hizo sonar, despertando al dios. Pese a todo, éste no se enfadó, sino que le ofreció sus armas para luchar contra sus hermanos. Ōkuninushi le pidió la mano de su hija y también que construyera un palacio al pie del Monte Uka, a lo que el padre aceptó. Así pues, Ōkuninushi se convirtió en el gobernante de la provincia de Izumo, que seguiría dirigiendo hasta la llegada de su sobrino Ninigi.

Aunque la tradición de Yamato atribuye la creación de las islas japonesas a Izanagi e Izanami, la historia de Izumo explica que fue Ōkuninushi, junto con un dios enano llamado Sukuna-hikona, quien terminaría la formación del archipiélago.

Estatua de Ōkuninushi en el templo de Izumo.

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Debido a su continuo mal comportamiento, el dios Izanagi exilió del cielo a su hijo Susanoo. Éste viajó hasta la provincia de Izuma, que actualmente forma parte de la prefectura de Shimane. No pasó mucho tiempo hasta que se encontró a un hombre de avanzada edad y a su mujer, llorando al lado de su hija. La pareja le explicó que en realidad tenían ocho hijas, pero fueron devoradas una cada año por un malvado dragón llamado Yamata-no-Orochi. El terrible monstruo poseía ocho cabezas y ocho colas, su cuerpo se extendía a lo largo de ocho colinas y se contaba que tenía ojos tan rojos como el vino. Kushinada, la joven junto a la que lloraban los ancianos, era la última de sus ocho hijas.

El dios les ofreció su ayuda a cambio de la mano de la chica. Los padres aceptaron y Susanoo transformó a Kushinada en una peineta, que escondió a salvo entre su pelo. Ordenó que construyeran una gran barrera alrededor de la casa, con ocho puertas en ella, ocho mesas en cada puerta, ocho cuencos en cada mesa, y cada cuenco lleno con ocho chorros de sake. Orochi llegó y se encontró el camino bloqueado, no consiguió atravesar la barrera a pesar de su altura. Su fino sentido del olfato notó la presencia del sake, la bebida que tanto le gustaba, y las ocho cabezas se hallaron en un dilema: querían beber el delicioso sake que les estaba llamando, pero la barrera se interponía en su camino, bloqueando cualquier forma de llegar hasta él. Una de las cabezas sugirió que echaran la zanja abajo, pero eso podría derramar la bebida y el esfuerzo sería en vano. Otra propuso que exhalaran su flamígero aliento y quemaran la barrera, pero entonces el sake se evaporaría…

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La poderosa diosa del sol, Amaterasu, es la deidad más conocida de la mitología japonesa. Sin embargo, la enemistad con su incontrolable hermano Susanoo es igual de famosa y aparece en varias historias. Una de ellas explica el mal comportamiento que tuvo con su padre, Izanagi. Éste, cansado de las repetidas quejas por su mala conducta, decidió desterrarlo al Yomi. Susanoo accedió a regañadientes, pero primero tenía que solucionar algunos temas pendientes. Primero fue a Takamagahara, el reino celestial, para despedirse de su hermana Amaterasu. Ésta sabía que su impredecible hermano no traía buenas intenciones y se preparó para un posible combate. «¿Por qué has venido?», le preguntó. «Para despedirme de ti», respondió Susanoo.

Pero la diosa no le creyó y le propuso una prueba para demostrar su buena fe. El reto consistía en ver quién creaba más y mejores hijos. Amaterasu cogió la espada de Susanoo y de allí nacieron tres hermosas mujeres, mientras que su hermano creó a cinco esbeltos hombres con la pulsera de ella. La diosa se declaró vencedora alegando que los hombres habían nacido de su ornamento; igualmente, Susanoo argumentó que las mujeres que habían salido de su espada eran mucho mejores.

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¿Qué tal os trata el nuevo año? ¿Habéis sobrevivido a la fiesta de Nochevieja? Nosotros queremos empezar el año con un poco de mitología, así que seguiremos desde donde lo habíamos dejado la última vez. Si recordáis, el dios Izanagi había ido a buscar a su amada Izanagi al inframundo, pero tuvo que salir por piernas para no quedarse allí atrapado. Tras su aventura en el Yomi, Izanagi fue a recuperarse y a purificar su cuerpo en unas fuentes cercanas. Al desnudarse y quitarse los adornos que llevaba, cada objeto que dejó en el suelo creó una nueva deidad. Otros muchos dioses nacieron cuando entró en el agua para lavarse, pero los más importantes salieron al aclararse la cara. Estos fueron: Amaterasu-ōmikami (encarnación del sol), que salió de su ojo izquierdo; Tsukuyomi-no-Mikoto (encarnación de la luna), nacido de su ojo derecho; y Susanoo-no-Mikoto (encarnación de las tormentas y gobernador del mar), que se creo de su nariz.

Izanagi decidió dividir el mundo entre ellos dándole a Amaterasu el control de los cielos; Tsukuyomi se encargaría de la noche y la luna; y el dios Susanoo obtendría el control de los mares. Tras subir la escalera a los cielos para ocupar su puesto, Tsukuyomi vivió en el reino celestial (también conocido como Takamagahara) junto a su hermana, la diosa del sol. Se cuenta que una vez, Amaterasu envió a Tsukuyomi como representante a un festín organizado por Uke Mochi, diosa de la comida.

La deidad creó la comida girándose hacia el mar y escupiendo un pescado. Luego miró hacia el bosque y salió carne asada de su ano, y finalmente cogió un cuenco y tosió una ración de arroz. Tsukuyomi quedó extremadamente disgustado por el hecho de que, aunque parecía exquisita, la comida había aparecido de una manera tan desagradable, por lo que mató a la divinidad. Amaterasu se enteró pronto de lo sucedido y se enfadó tanto que prometió no volver a ver nunca a su hermano, y entonces partió al otro lado del cielo. Ésta es la razón por la que noche y día no están nunca juntas. En algunas versiones posteriores del mito, fue Susanoo quien mató a Uke Mochi.

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Pues seguimos con un poco más de mitología, justo donde lo dejamos hace un par de semanas. Izanagi lamentó la muerte de su esposa Izanami y decidió emprender un viaje al Yomi, “la oscura tierra de los muertos”. Izanagi encontró poca diferencia entre Yomi y el mundo terrenal, a excepción de la oscuridad eterna. Sin embargo, esta sofocante tiniebla era suficiente para que añorara la luz y la vida que había en su mundo. Buscó rápido a Izanami y consiguió encontrarla al poco tiempo. Al principio, Izanagi no conseguía verla bien dado que las sombras cubrían su apariencia, pero aun así, le pidió que volviera con él. Izanami le escupió, informándole de que ya era demasiado tarde. Había probado la comida del inframundo y ahora era una con la tierra de los muertos, ya no podía volver a la superficie con los vivos.

Su marido quedó conmocionado por la noticia, pero se negó a rendirse a pesar de los deseos de ella por quedarse entre el oscuro abrazo de Yomi. Izanami aceptó entonces volver al mundo superior, pero primero le pidió descansar un poco y le pidió a Izanago que no entrara en su habitación. Tras una larga espera, Izanami no salía de su dormitorio y el marido empezaba a preocuparse. Mientras Izanami dormía, cogió la peineta que recogía su largo pelo y lo encendió para que le hiciera de antorcha. Bajo la luz del improvisado fuego vio la horrenda forma que tenía ahora la que una vez fue la bella y grácil Izanami. Ahora no era más que una masa pútrida de carne con bichos y gusanos recorriendo su maltrecho cuerpo.

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Los mitos típicos japoneses, tal como se los conoce hoy en día, están basados en multitud de libros que a menudo cuentan con distintas versiones de las mismas historias. Entre ellos destacan el Kojiki y el Nihon Shoki, que son los más aceptados entre los estudiosos del tema. De hecho, el Kojiki («Informe de hechos antiguos») es el libro japonés más antiguo conocido sobre mitos, legendas e historia. El Shintotsu, por su parte, explica los orígenes de las deidades japonesas desde una perspectiva budista, mientras que el Hotsuma Tsutae recoge una versión sustancialmente distinta de la mitología. Debido a la gran cantidad de material que se deriva de estas creencias, hemos creído conveniente seguir sólo aquello que se explica en el Kojiki, por ser el más fiable y el más seguido por los que estudian los antiguos mitos japoneses.

Cuenta la leyenda que los primeros dioses invocaron a dos seres divinos, Izanami-no-Mikoto (hombre supremo) e Izanami-no-Mikoto (mujer suprema) y les encargaron la creación de la primera tierra. Para ayudarles en su tarea, Izanagi e Izanami recibieron una naginata decorada con joyas, llamada Amanonuboko (alabarda celestial con joyas). Las dos deidades fueron entonces al puente que existe entre el cielo y la tierra, Amenoukihashi (puente flotante del cielo), y produjeron el mar con su alabarda. Cuando unas gotas de agua salada cayeron del instrumento, formaron la isla de Onogoro (creada por sí sola). Tras bajar del puente del cielo, procedieron a construir su casa en la isla.

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