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Posts Tagged ‘Momotarō’

A día de hoy, se desconoce a ciencia cierta si tenemos constancia de todas las producciones que surgieron durante este primer periodo de la animación a principios de siglo. Es posible que el tiempo haya desgastado varias de las cintas originales y que otras sigan por descubrir en el desván de alguna casa privada, por no hablar del material que seguramente se perdió durante la Segunda Guerra Mundial. Así mismo, se sabe que después de haberse proyectado las veces convenidas, varias fueron a parar a cines de pueblos pequeños, donde se recortaron los fotogramas de los rollos para ser vendidos como recuerdo. Sin embargo, en ningún caso quiere esto decir que haya pocas obras supervivientes ni tampoco que su contenido siga siendo una incógnita. Contrariamente a lo que pudiera parecer, son bastantes las producciones animadas que se han descubierto pertenecientes a esta época y que representan un legado muy importante a la hora de indagar en la evolución de este medio.

El primer título del que podemos hablar es Katsudō Shashin (“Imagen animada”), descubierto el 31 de julio de 2005 por el profesor Natsuki Matsumoto en un viejo proyector de una familia de Kioto, escondido entre una colección de rollos de animación extranjera. No se sabe quién fue su creador ni tampoco la fecha en que fue elaborada, pero se especula que la cinta tiene fecha de 1907, apenas una década después de que Reynaud presentara en Francia su famoso Théâtre Optique. Con apenas 50 fotogramas, unos tres segundos de metraje, nos muestra a un hombre vestido de marinero que escribe los ideogramas “katsudō shashin” en una pared, para luego volverse y saludar quitándose el gorro. Esta pequeña muestra, elaborada probablemente para uso privado, constituye, pues, el trabajo de animación japonesa más antiguo conocido hasta el momento.

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De acuerdo con el cuento original, Momotarō llegó al mundo dentro de un melocotón gigante que iba flotando por un río. Una anciana que estaba lavando la ropa lo encontró, y al abrirlo en casa para comérselo, ella y su marido descubrieron que había un niño dentro. El niño explicó que le habían enviado desde los cielos para ser su hijo, y la pareja decidió llamarle Momotarō (siendo momo «melocotón» y tarō un nombre típico de niño).

Años más tarde, Momotarō deja a sus padres para luchar contra una banda de malvados oni que tienen su base en una isla remota. En su camino, el joven guerrero se hace amigo de un perro, un mono y un faisán que aceptan acompañarle en su aventura a cambio de unas bolitas de mijo. Al llegar a la isla, se encuentran con que la puerta de la fortaleza está cerrada a cal y canto, pero el faisán vuela por encima y roba la llave para abrirla. Dentro, los cuatro amigos luchan con valentía y logran derrotar a la banda, consiguiendo que se rindan al fin. Momotarō vuelve a casa con el tesoro que guardaban y con el jefe de los oni como prisionero, tras lo cual vivió para siempre feliz con su familia.

Como en la mayoría de cuentos y mitos, existen algunas variaciones de la historia. La más conocida explica que los ancianos comieron del melocotón y éste les devolvió la juventud, por lo que tuvieron la oportunidad de tener un hijo que se convirtió en el valiente Momotarō. La historia de Momotarō está muy ligada a la ciudad de Okayama, y es probable que tuviera sus orígenes allí mismo. El personaje es tan apreciado allí que tiene una estatua dedicada frente a la estación de trenes. La famosa isla de los demonios, Onigashima, se asocia a la isla de Megijima, cerca de Takamatsu, debido a la gran cantidad de cuevas que contiene.

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